miércoles, 13 de marzo de 2013

"Diana" 3. Cuba

Aquel día el sol amaneció con vergüenza; las nubes fueron las verdaderas protagonistas del cielo, gris, triste, mustio... parecía querer contagiar su nostalgia a todo aquel que saliera a dar un paseo o simplemente se asomara a la ventana. Diana, sin embargo, marchaba a paso ligero por las calles en dirección al río, tarareando alguna melodía azarosa almacenada en lo más hondo de su cerebro. Estrenaba dieciséis años, e incluso presumía de poseer el mismo espíritu juvenil y enérgico de siempre. Vestía un traje fresco de verano de color almendrado y lucía sus rubios cabellos libres, rebeldes, dejando que se enreden al viento. Su destino era la casa de Carmela, una chica a la que conocía desde su más tierna infancia y con la que compartía muchas facetas de su vida. Desde siempre han sido amigas y nunca se han separado.
La casa de la chica era grande, del color del azúcar moreno con un porche en la entrada. Las dos grandes puertas de madera tenían unas curiosas tachuelas negras de hierro con forma piramidal y las ventanas estaban arqueadas con pizarra. Diana tocó al timbre tres veces seguidas, cosa que siempre hacía para que Carmela la reconociera. Pegó la oreja y oyó pasos que se entremezclaban y unos en concreto que bajaban unas escaleras y se acercaban corriendo hacia la puerta, que se abrió pesadamente justo después de que la chica se separara de ella.
Diana observó a su amiga. Carmela era una chica menuda, más bajita que ella aunque dos años mayor y atlética, con cinturita de avispa, piernas cortas y manos pequeñas; su pelo era rizado y negro como el carbón, y flotaban en torno a un rostro redondo, casi infantil, con una piel aceitunada, nariz chata y redondita, ojos verdes y brillantes y una boca pequeña que no tardó ni un segundo en sonreír.. aunque a Diana le pareció que sonreía con desgana.
-Diana, no esperaba que vinieras...- dijo Carmela, triste y apartando la mirada tímidamente. El timbre de su voz era claro como el agua, con matices nerviosos.
-Hola Carmela- Diana se acercó para abrazarla, pero su amiga le rechazó. La rubia no comprendía, y examinaba a su amiga como si nunca la hubiera visto antes.
-Lo mejor será que te lo explique dentro- dijo su amiga, dejándole pasar.
Al entrar, Diana se encontró con la hecatombe oficial de toda España. Había cajas por todas partes, hombres que guardaban cosas dentro y otros tantos que las embalaban. La casa que recordaba majestuosa, tranquila, con muebles centenarios y olor a incienso de canela ahora era un caos con olor a cartón y a pegamento. Ambas chicas subieron unas escaleras de caracol y entraron en la habitación de la anfitriona, también vacía con la excepción de una cama sin hacer y varias cajas más.
-Siento el desorden, Diana, como ves...- comenzó Carmela, pero su amiga ya tenía el resto de la frase en la boca.
-... te estás mudando. ¿Por qué no me lo dijiste?
-Diana, yo... lo siento, no me sentía con fuerzas para decírtelo, es decir... no quería despedirme- en los ojos de la chica había dolor, pero Diana se sentía traicionada, engañada, de todo menos satisfecha con aquella explicación.
-Carmela, PRECISAMENTE si te vas deberías habérmelo dicho. ¿Cuándo te vas? ¿Y a dónde?
Carmela se mordió el labio inferior, avergonzada. Diana sintió cierto arrepentimiento que se desvaneció como el vapor en la cocina.
-Esta noche, vamos a coger el último tren a Cádiz. Allí iremos a Cuba en barco.
-Cuba... -no se lo creía. No, ella no, su mejor amiga, su compañera... ella no. Diana empezó a dar vueltas en la habitación, tensa como una cuerda y a punto de gritar. Se dirigió hacia ella con un nudo en la garganta- ¿Y vas a volver?
La anfitriona dejó escapar unas lágrimas y, apretando los labios, negó con la cabeza. "Esto no puede estar pasando", pensó.
-Al menos...-trató de añadir-, al menos deja que te escriba mi dirección en...
-No te voy a escribir, Diana- le interrumpió Carmela, no sin que le temblara la voz-. Quiero que no volvamos a mantener el contacto.
Aquello fue una losa de piedra en el estómago. Quería preguntarle por qué, qué había hecho mal... no lo entendía, no conseguía asimilar que su mejor amiga de toda la vida no quisiera saber nada más de ella. Afuera, como acompasado con su interior, sonó un trueno. Se acercó a su amiga en busca de una explicación, al borde del llanto.
-Diana, no...- Carmela tragó saliva, armándose de valor y terminando de acercarse a ella-. No pretendo que lo entiendas, es mucho más complicado de lo que parece.
"¿Es que no te parece lo suficiente duro para mí?", pensó, pero antes de que pudiera decir nada, Carmela la tomó del rostro y la besó en los labios, para asombro de esta. Cuando se separó, su anfitriona se alejó hacia la ventana a contemplar la lluvia que estaba comenzando a caer, dándole la espalda.
-Es así de complicado, Diana. Por favor, vete antes de que esta situación empeore.
Era la primera vez que escuchaba tanta seguridad en su amiga. La recordó de niña, cuando jugaban juntas a las muñecas de trapo, al pilla-pilla, a la rayuela en el parque, la de veces que se quedaban mirando al cielo estrellado en las noches de verano a través de la ventana... nunca hubiera sospechado nada así de ella. Se dirigió a la puerta, no sin antes añadir una despedida amarga:
-Me hubiera dado igual.
Dicho aquello, cerró de un portazo, bajó corriendo las escaleras y salió de aquella casa, de la que tenía tantos buenos recuerdos, experiencias... recordó aquella vez que se colgó de la escalera de caracol y su amiga la observaba asustada desde abajo, sin saber qué hacer, qué decir, cómo actuar, a quién acudir... más o menos como ella en aquel momento. Por el camino hacia la puerta, empezó a llorar.
Al cruzar el umbral, una cortina de agua la empapó de pies a cabeza. Diana soltó una palabrota y salió corriendo hacia su casa, relativamente cerca aunque le pareció que estaba a miles de kilómetros. Estaba tan absorta en sus pensamientos que no se dio cuenta de la sombra que le observaba de lejos con curiosidad, bajo un paraguas negro.

Hola gente!! *^*
Siento haber tardado tanto en estribir, pero entre el instituto, el conser, la orquesta etc etc etc no he podido apenas tener un atisbo de inspiración T^T pero aquí tienen, un regreso *-*
Trataré de escribir más a menudo (y de quitar el iPod fallido XDDD) <3

miércoles, 21 de noviembre de 2012

"Diana" 2.Feliz Cumpleaños

La casa de don Anselmo Baeza era tan grande como parecía desde fuera. Diana se asomó desde la puerta de su cuarto y observó, como otras tantas veces, la ancha escalera que daba al recibidor, iluminado por apenas dos lámparas que se encienden siempre de noche. La chica caminó en silencio y lentamente para no despertar a Gloria, la dulce criada de la familia, ya con la decoración recargada casi rococó de la casa memorizada. Bajó las escaleras y miró a la puerta abierta que tenía a su izquierda, de donde salía el suave sonido del crepitar de la chimenea y el olor a tabaco de pipa. Cruzó el umbral y allí estaba don Anselmo, sentado en un grandísimo sillón rojo en el centro de una amplia sala con una chimenea de ladrillo al fondo respetando la decoración del resto del inmueble. Con un suspiro de cansancio, exhaló la calada que había inhalado anteriormente, inundando de un aroma dulce y embriagador todo lo que le rodeaba. Diana se acercó silenciosa como un gato y a medio camino su padre se giró y dio un respingo.
-¡Recontra, Diana!-susurró el pobre hombre, llevándose la mano al pecho. La chica, sonriendo algo divertida por la reacción, despachó el resto del recorrido y besó la mejilla de don Anselmo.
-Lo siento, padre, no quería asustarte.
-Ya, supongo, cielo- rió y la observó de arriba a abajo-. ¿Qué haces aquí, por qué no duermes? Es bastante tarde, y mañana tienes cosas que hacer.
Diana se encogió de hombros con indiferencia. La adolescente sufría de periódicos trastornos del sueño que no la dejaban dormir una noche sí y otra no. Ella estaba acostumbrada, y cuando le ocurría se pasaba horas leyendo, dibujando, escribiendo o simplemente perdía sus pensamientos más allá de las estrellas y de la luna. 
-Ya sabes- intentó excusarse- el libro estaba interesante y tenía que terminarlo.
Anselmo soltó una risa cansada. Diana nunca podía adivinar lo que le pasaba a su padre por la cabeza y eso le ponía nerviosa. ¿Qué puede hacer para ayudarle? Ella no lo sabía.
-¿Qué tal la reunión de hoy?- preguntó, tratando de darle tema de conversación.
-Bastante bien, pero se nota la falta de gente. Don Rodrigo me preocupa especialmente, se ha ausentado durante una quincena, y su mujer también ha dejado de asistir- añadió, con un pequeño suspiro-. Pero tenemos que ser optimistas. Seguro que la semana que viene asiste.
La chica le miró con admiración, no entendía de dónde sacaba el optimismo aquel hombre y mucho menos en aquella situación en la que todo parecía ir en su contra, como si llovieran yunques. No quiso decirle que vio cómo la Guardia Civil arrestaba una noche a don Rodrigo y se lo llevaba arrastrándolo por el asfalto, inerte, como un saco de cebollas. Su mujer corrió la misma suerte la semana anterior.
El grandísimo reloj de cuco de la sala dio las cinco de la mañana. Diana recordó entonces algo importante:
-Es mi cumpleaños.
Anselmo abrió mucho los ojos y se quitó la pipa de los labios.
-¿Ya? ¡Oh, mi ángel, lo siento muchísimo! Con los preparativos de la reunión lo olvidé por completo. Te prometo que mañana te invito a comer a tu restaurante italiano favorito, y te llevaré a esa colina que tanto te gusta, y...
-Papá, tranquilo- le acalló Diana- tenemos todo el tiempo del mundo para eso. Además, es tarde y necesitas descansar, que mañana tienes otros quehaceres más importantes. Dicho esto, cogió su brazo y le instó a que se levantara del asiento.
-Diana, cariño, ya eres tan mayor... pronto podrás asistir a mis reuniones, como me pedías cuando eras pequeña.
La chica se sonrojó, recordando cómo tiraba de la pernera de su pantalón y de cómo pataleaba por no conseguir su propósito. "¡Qué vergüenza!", pensó, nada más hacerse una imagen en la cabeza de lo pequeña que debía de verla su padre desde allá arriba. Tiró de su padre para emprender el camino a los dormitorios, animándole con unos versos inventados por ella, que cantaba siempre que quería animar la moral de su padre:


No porque un pino sea viejo
deja de ser alto y fuerte
será por mérito y no por suerte
poder atarle los cordones al cielo

Anselmo le siguió, dejándose también llevar por el cansancio. Caminaron en silencio y subieron las escaleras lentamente. Ambos bostezaron a la vez en el último peldaño, y sonrieron, cómplices del cansancio que habían acumulado. Se dieron un beso en la mejilla y cada uno entró en su dormitorio, cerrando la puerta tras de sí.
En su habitación y ya dentro de la cama, Diana oía el cantar de los grillos, mirando el techo y con las manos cruzadas sobre su vientre. Se preguntaba qué día sería el siguiente para poder conciliar el sueño. Después de tantas vueltas, en su fuero interno sentenció que visitaría a su mejor amiga Carmela. Cerró los ojos y el cansancio la tomó en brazos, llevándola junto a Morfeo.

HOLA GENTE!! Ejem. Perdón por las mayúsculas ^-^U pero es que por fin me he decidido a continuar escribiendo esta historia *-* La verdad que voy a darle una dirección un tanto inesperada a la misma, estén atentos a la trama porque esto se pone interesante e_e 
Podrán seguir mis actualizaciones de entrada vía Facebook
Y con esto y un bizcocho, hasta mañana a las ocho! :D

martes, 24 de julio de 2012

"Diana" 1.Empezar por el final

Año 1945. La II Guerra Mundial ha acabado recientemente. Calles alemanas, británicas, francesas y del mundo en general habían estado llenas de ciudadanos libres,  contentos de que al fin la masacre, las muertes, el hambre y las desgracias tocaran fondo.
En Jerez de la Frontera, un pueblo situado a orillas del Guadalquivir, algo más al sur de Sevilla, todo estaba especialmente silencioso. El control militar y policial era intenso en los pueblos sospechosos de ser puntos de rebelión; personas que, seis años después del inicio de la dictadura, siguen luchando por la República. Tristemente, muchos padres de familia, hijos de habitantes del pueblo andaluz, amas de casa y, a veces, niños pequeños, desaparecen todos los meses "misteriosamente" y nunca vuelven. Sin embargo, Anselmo Baeza, el hombre más adinerado del pueblo, celebraba en el sótano de su casa una reunión. El alcohol volaba de vaso en vaso y de ahí a las bocas de media docena de invitados de su misma ralea.
Anselmo, todo un caballero, era un hombre alto y delgado, lucía su mejor traje de fiesta de charol sobre una camisa azul cielo adornada con una corbata añil. Lucía unos elegantes zapatos negros cubiertos del betún más caro y la guinda de su atuendo eran unos gemelos dorados con forma redondeada y sencilla con alguna puntada plateada. Sus ojos verdes inspeccionaban su alrededor con nerviosismo y su pelo castaño claro, adornado ocasionalmente con algún mechón gris o blanco, estaba engominado hacia atrás, entonando con su rostro delgado, afeitado y ligeramente crispado por la vejez y la preocupación.
En esto que el reloj de pared dio las doce de la noche, el anfitrión carraspeó, se ajustó la corbata y se subió a la pequeña tarima que tenía para dirigirse a la pequeña multitud de su sótano. Dando golpecitos con una cuchara en su copa de anís llamó la atención de sus invitados. No muy tranquilo, recitó las palabras más o menos ensayadas de su discurso:
-Señores, bellísimas damas, muchas gracias por asistir a esta pequeña reunión con la habitual discreción. Como todos ustedes sabrán, la guerra ha finalizado en Europa -hubieron vítores, aplausos y un cariz festivo en el tono de voz de los más borrachos. Anselmo calmó el escándalo alzando ambas manos-. Dentro de pocos días volverán nuestros compatriotas de ambos bandos. -Hizo una pausa para tragar saliva, no se le daba bien hablar en público- Hemos entrado en una nueva fase en la Historia, una nueva paz mundial impulsada por el deseo de igualdad de los pueblos.
>>Es una lástima que muchos de nosotros ahora no estemos en condiciones de unirnos a su gesta. Seguimos sufriendo presión de la más injusta, tanto social como económica. Pero continuaremos luchando por la igualdad, por nuestros derechos y nuestra dignidad. Pronto se acabará esa triste rutina de despedirnos de nuestros seres queridos entregados a este gobierno fascista y discriminatorio. -el público empezó a animarse, a asentir con la cabeza y a gritar cosas como "Así se hace" o "Bien dicho"-. Pronto todos volveremos a ser españoles sin importar nuestra raza, nuestra ideología o nuestra sangre. Pronto seguiremos el ejemplo de Europa y del mundo, seremos realmente libres. ¡Viva la república!
Y un "¡Viva!" general respondió a su llamada. Algunos comenzaron a cantar el himno republicano, haciendo que todos alzaran el puño derecho, señalando sus ideales. Cuando se hizo el silencio, la multitud comenzó a salir sin pausa pero sin prisa por la puerta del sótano hacia la calle. Lo hacían a cuentagotas y en silencio, para no llamar la atención en la calle (aunque no es que estuviera llena de gente, pero más vale prevenir que curar).
Aquella noche no había luna, y las estrellas iluminaban muy ligeramente las calles apenas visibles con las dos o tres farolas de gas que había. Diana observaba el panorama a través de la ventana de su cuarto (el segundo más grande de la casa) con escaso interés.
La chica, de recién cumplidos dieciséis años, no tenía sueño aunque fuera bastante tarde, más de las doce. Tenía la lamparita de mesa encendida al lado de su libro más reciente marcado por el final. Ella lucía un traje de dormir que le llegaba a las rodillas, casi tan blancas como el techo de la habitación. Su larguísimo pelo rubio estaba recogido con una pinza con forma de flor, dejando caer algunos mechones rebeldes sobre su rostro redondo y pálido adornado con unas pecas sonrosadas y unos ojos grandes y oscuros como el café, casi gatunos, astutos y ansiosos de acción.
Bostezó de aburrimiento. Se había terminado el libro y seguía sin tener sueño. Decidió levantarse, introducir sus blancos piececitos en las pantuflas y abrir la puerta de su cuarto para bajar al vestíbulo. Con un poco de suerte, su padre seguía abajo, fumando su pipa u observando las llamas, absorto en sus pensamientos...

martes, 22 de mayo de 2012

"Diana" 1.0 Prólogo

Luna llena.
Una hermosa luna llena se reflejaba en las bellas aguas del Guadalquivir, mansas, completamente estáticas. El satélite era acompañado en el reflejo por la luz de unas titilantes farolas nocturnas y alguna que otra estrella que se atrevía a brillar en una noche tan hermosa, solo acompañada por el silencio de la noche periódicamente interrumpido por algún que otro automóvil y, en una única ocasión, el de los jadeos de una joven huyendo.
Pero ¿huyendo de quién?
Ella lo sabía perfectamente, y por eso corría como alma que lleva el diablo. Su largo cabello negro y rizado ondulaba al viento como sus faldas y su larga chaqueta raída, desfigurando un poco su menudo y delgado cuerpo con suaves curvas; su rostro, iluminado por la escasa luz nocturna, dejaba notar la honda desesperación que sentía, su instinto de supervivencia pero, sobre todo, su papel de madre que abrazaba un pequeño bulto contra su pecho.
En su desesperada huida alcanzó un callejón estrecho y oscuro por el que se introdujo escondiéndose tras el gran contenedor de basura, apestoso como él solo. La mujer, mareada, se tapó el rostro con la manga del abrigo, aprovechando para calmar su respiración y silenciarla. Escuchó pasos decididos, fuertemente marcados por el tipo de calzado que llevaban los tres perseguidores: botas militares, fuertes, robustas y haciendo desaparecer toda vida ínfima bajo su suela. Tres pares de botas se dejaban asomar por debajo del contenedor, tapando la luz de la farola más cercana.
-¿Dónde está?-gritó una voz autoritaria, firme, pero agitada por la carrera.
-Creo que ha ido por aquí-casi murmuró otra voz masculina, pero más joven.
-¡Pues a qué esperáis, zoquetes! ¡Seguidla, no tiene que andar muy lejos!
Y los tres pares de botas se alejaron hacia la calle que apuntaba hacia el norte. La chica suspiró aliviada cuando dejó de oír las botas y aflojó un poco los brazos, entumecidos. Lo que sostenía entre ellos soltó un pequeño arrullo infantil, de recién nacido casi. 
Ella lo miró, con todo el amor que podía transmitir los ojos de una madre a su hija. La niñita tenía una tez muy blanca, un cortito pelo rubio y lacio que contrastaba con sus esferas negras, tan negras como el cabello de su madre. En ellas había escrito un prematuro "¿Qué pasa, mamá? No entiendo lo que nos está ocurriendo". Su madre solo la correspondió con un beso en la frente y la acunó un poco contra su pecho, tarareando una dulce nana que adormeció a la niña con rapidez, acompasó su respiración e hizo reducir la velocidad de los latidos de su diminuto corazón.
Con un ágil movimiento gatuno, la mujer se asomó a la calle y al comprobar el silencio que reinaba la semioscuridad de Sevilla, avanzó por las calles, en busca de algún sitio por el que poder huir sin ser vista. Sabía que en tiempos como aquel no podía bajar la guardia, dadas las circunstancias.
Concretamente, en 1939 no se podía respirar ni paz ni tranquilidad. Más aún después de la llegada de Francisco Franco a Madrid, haciéndose con el poder y haciendo desaparecer poco a poco a los pocos republicanos que se atrevían a gritar al cielo lo que consideraban una injusticia... como ella.
Se le ocurrió de repente una idea. Una pequeña posibilidad para que su hija pudiera sobrevivir... pero era tan arriesgado. Aun así necesitaba una solución inmediata, lo suficientemente descabellada como para vislumbrar las aguas del Guadalquivir un poco más lejos hacia el sur, justo en la zona donde había un pequeño muelle de pequeños propietarios. 
Mientras corría, su mente le brindaba imágenes de Cádiz, de grandes barcos de mercancía con huecos "reservados" para polizones, huir lejos de aquel país, vivir. Pero tenía que llegar a Jerez de la Frontera, donde podrían recibirle, darle comida, alojamiento temporal y, quizá, algo de tranquilidad (dentro de lo que cabía). Llegó al río y vislumbró una barquita a la deriva. Ella dedujo que se había soltado del pequeño muelle que había río arriba, y comprobó que estaba lo suficientemente cerca de la orilla como para saltar a ella, y eso hizo. La barca rebotó un poco, salpicando a los alrededores, y la mujer casi deja caer a la niña del susto, pero no lo hizo. Comprobó que seguía dormida y calentita envuelta en su mantita de lana. No hacía mucho frío, pero ella quería asegurarse de que estaba protegida.
Acomodó a la criatura en la zona de la barca que consideró más segura, bajo el tablón más cercano a la proa de la misma, y se aseguró de que quedaba oculta a la vista desde fuera. Se empujó con fuerza del muro del río y la corriente hizo el resto.
"Por fin libre", suspiró ella, pero su alivio duró poco. Dirigió la cabeza hacia una petardada que oyó en la orilla derecha y notó algo atravesándole el estómago, rápido y letal. Con un quejido, llevó las manos hacia la zona herida y las alejó de su cuerpo manchadas de sangre. Inmediatamente, notó que le fallaban las fuerzas y que le costaba respirar. Con su último aliento, dirigió una mirada a la persona que le había disparado: un hombre vestido con el uniforme nacional y un rifle en la mano. La luna le daba en la cara, así que ella reconoció su rostro sonriente, sereno, sus cabellos rubios y sus facciones duras, alemanas...
-T-tú...-susurró para sus adentros. Su sufrimiento se vio interrumpido por otro disparo, letal, definitivo, en su cabeza, que la impulsó hacia atrás y la sacó de la barca. Al caer al agua, sus pulmones se fueron llenando de agua y su cuerpo, ya muerto, se hundió dejando un rastro de sangre oscura a la luz de la luna.
El ejecutor del disparo soltó una risita.
-Auf wiedersehen, liebe- dijo, y se fue tan rápido como apareció. 

***


La barca había seguido su curso por el río, lentamente. La niña lloraba desconsolada, ya no notaba el calor de su madre cerca, lo veía todo oscuro y no sabía nada. Sus manitas se agarraban al aire, buscando desesperadamente algo de ayuda. Ni siquiera notó que su medio de transporte se frenaba y retrocedía a una velocidad considerable y llegaba hasta el pequeño muelle de madera que sobresalía de la orilla, una pequeña zona con arena y piedras pequeñas brillantes a la luz del amanecer.
Unos brazos femeninos y dulces cogieron a la niña, que acalló un poco su llanto. Con sus ojos negros miró cómo una bellísima dama la miraba con cariño, hablaba con su acompañante y éste respondía con gestos muy exagerados. La niña bostezó, más de hambre que de sueño, y cerró los ojos, medio aburrida. Notó el calor de la mujer y sus arrullos cariñosos, y se dejó llevar.


Jujujuju... hola pezqueñuelos, he aquí una nueva historia!! Como habrán notado (o espero que noten D:) he intentado desarrollarla un poco más en comparación con la anterior. Y ya tiene título y todo *//*
Y este es solo el principio e.e 
También verán que he publicado esta entrada un poco más temprano, intentando compensar que llevo dos semanas sin publicar nada TwT El domingo reanudaré la historia, alargarla todo lo posible... ya me entienden!
Nos vemos :3 

domingo, 6 de mayo de 2012

Libros antiquísimos adornados con runas y escrituras complejas; viejos calderos, probetas y tarros llenos de sustancias desconocidas; bolas hechas de un cristal tan opaco que no se veía el interior... Rachel observaba a través de "sus" ojos cómo "sus" manos abrían un libro del que salía una nube de polvo entre página y página. En ellas, la chica reconoció las mismas runas que estaban grabadas en el ébano de la caja de la pulsera. Se preguntó qué clase de ritual, hechizo o sortilegio emplearía Lucy, pero sobre todo le preocupaba lo que sea que fuera a hacer.
La chica encontró la página que buscaba y puso el libro sobre la mesa, aplastando unas cuantas arañas. Se arremangó la chaqueta de cuero y dijo unas palabras en un idioma extraño; casi al instante, los dedos de la mano izquierda de la adolescente se iluminaron de un color verde limo hasta alcanzar su máximo brillo. Con esa mano agarró la pulsera y empezó a tirar de ella, haciendo que Rachel se quejara de dolor, como si la dividieran en dos.
"¿Q-qué me haces? ¡Para!"
Lucy no la escuchó, o intentó no hacerlo. Las cuentas de la pulsera estaban adheridas a la piel como si fuera velcro, pero al contacto de los dedos iluminados ésta se despegaba con facilidad, aunque dolorosa. Rachel sentía como si le separaran de algo muy preciado de lo que no se había separado nunca y se quejaba, intentaba resistir... sin éxito. 
Al rato, la pulsera se desprendió del todo y Lucy la pudo sacar con facilidad. Solo escuchó silencio en su cabeza, y sonrió con malicia. Instantáneamente, su cuerpo comenzó a brillar...

***

Un apurado Rubius corría desesperado por las calles de Liverpool hasta llegar a su destino: la casa embrujada. Sabía que si tenía que ver con Lucy, Rachel tenía que estar aquí. Jadeando, derribó la puerta de una patada y entró, tapándose la cara con la manga de la chaqueta para evitar el polvo y los escombros. Vislumbró que del piso de arriba venía una luz. La siguió y al terminar de subir las escaleras, ésta cesó. Se asomó a la puerta de donde había provenido, esperando encontrar a su amiga, pero la escena era otra bien distinta.
En vez de una chica bajita, delgada y con el pelo largo y rubio se encontró con otra bien distinta: tenía el pelo rizado y abundante, casi seductor, y unas curvas voluptuosas modelando su cuerpo. Cuando ella se giró, vio un rostro adornado con una nariz chata, unos labios gruesos y unos ojos negros y profundos, que rebosaban ira y triunfo. Rubius no se lo creía: ante sus ojos estaba Lucy la bruja, que estaba muerta. No se lo terminaba de creer. Ella sonrió con picardía y se acercó a él.
-Vaya vaya, mira quién vino a visitarme...
Estuvo a punto de tocarlo, pero él se alejó con asco.
-¿Dónde está Rachel?
Ella le enseñó una pulsera de grandes cuentas verdes y jugó con ella, haciéndola girar en su dedo. Él, sin comprender demasiado, intentó cogerla, pero ella lo esquivó a tiempo.
-Lo siento mucho, querido, pero tengo que acabar con ella y así quedarme definitivamente con su cuerpo...-le lanzó una mirada seductora, a la que Rubius empezó a sentirse adormecido, hipnotizado, perdido. Sacudió la cabeza y abofeteó a la muchacha, dejándola en el suelo, quejándose de dolor. Se agachó en dirección a la pulsera, pero al cogerla y tirar de ella, casi se rompe: estaba bien agarrada por Lucy. Esta rió con malicia.
-Si la rompes, ella desaparecerá. No quieres eso, ¿verdad?
Rubius la miró con desconfianza. Se estaba marcando un farol, lo sabía. Se dio cuenta de que intentaba parecer segura de sí misma, pero temblaba. Tiró de la pulsera con fuerza y ésta se fragmentó en trozos. Un grito inundó la habitación, proveniente tanto de la pulsera como de la chica. Hubo un fogonazo de luz...
...y ahí estaba, Rachel en vez de Lucy. Rubius no entendía lo que había pasado, pero había pasado miedo por su amiga, así que se acercó a ella y la abrazó todo el tiempo que quiso...

***

-¿Segura que no se te olvida nada?
Rachel suspiró por enésima vez.
-Segura, Rubius, no te preocupes.
Rubius le sonrió con cariño. Iba a echar de menos a Rachel, y aquel era el momento más indicado para decírselo, justo antes de volver a Ohio.
-¿Volverás?
Ella asintió, sonriendo como solo ella sabía, seguido de un silencio que ninguno se atrevía a romper. Al final, Rachel le abrazó con fuerza, a lo que Rubius respondió con ganas. Aprovechó para inundar su rostro de besos que no se había atrevido a darle.
-Llámame cuando llegues-le susurró, a lo que Rachel asintió. Después de un rato, ella rompió el abrazo y cogió su maleta para acercarse al tren, a punto de salir. Cuando las puertas se cerraron tras ella, se giró para ver cómo Rubius le despedía moviendo la mano y sonriendo. Ella también sonrió y se introdujo en el tren, segura de volver algún día a la ciudad que fue su hogar.

Hola a todos! Siento haberme retrasado con esta historia, pero me ha costado pensar un buen final. Creo que se ha visto muy apurado owoU
En fin, la siguiente historia ya está pensada, empezaré con ella la semana que viene (segurísimo!!) y a ver si entre todos deciden el título de esta historia :3
A cuidarse y nos vemos!

domingo, 22 de abril de 2012

Rachel escuchaba música distraídamente, ajena al resto del mundo. O eso pesaba Rubius al observarla desde la puerta del cuarto de invitados, donde dormía su amiga. Sonrió, aunque estuviera viendo solo su espalda, la seguía viendo preciosa. Si no fuera por su sagrado respeto a la intimidad hubiera entrado en el cuarto y le hubiera abrazado.
Siguió de largo hacia su cuarto. Su guitarra estaba enchufada al amplificador, esperando por ser tocada por su dueño. Rubius estaba de buen humor, así que le subió el volumen al máximo e improvisó uno de los solos que suele improvisar. A rato, oyó un grito que provenía de la habitación contigua:
-¡Calla esa estúpida guitarra de una vez!
Se sobresaltó. Rachel nunca se quejaba de su guitarra, mucho menos de sus improvisaciones. Salió de la habitación y se asomó ligeramente a la puerta de su amiga.
-¿Ra?
Ella no contestó inmediatamente, pero cuando lo hizo, su voz no parecía la suya.
-Vete, Rubius...
Él, preocupado, insistió.
-¿Estás bien?
-¡He dicho que te vayas!
Ella lanzó una mirada fría hacia él, una mirada que no encajaba en su bello rostro, siempre amable. Casi a la vez, extendió la mano hacia la puerta e instantáneamente esta se cerró a las narices de Rubius. Este intentó girar el pomo, pero se había echado el cerrojo. Aporreó con fuerza.
-¡Rachel! ¡Ábreme!
Como respuesta obtuvo un gruñido demasiado salvaje para ser de Rachel... y un golpe sordo.
El chico resopló y retrocedió, dispuesto a coger carrerilla para abrir la puerta a la fuerza. Lo consiguió, además de un dolor de hombro increíblemente intenso. Al echar un vistazo dentro de la habitación vio que la chica no estaba, y la ventana estaba abierta. Se asomó y buscó su figura, pero no la encontró. Dio gracias a que debajo de la ventana habían unos arbustos, ya que estaba a un piso del suelo.
Se dio la vuelta con la intención de bajar las escaleras, salir de la casa y perseguir a Rachel, pero al echar un vistazo por la habitación, se lo pensó un poco mejor. Parecía de todo menos algo humano y civilizado. El portátil de Rachel pedía que le enchufaran a la red eléctrica con intermitentes pitidos, por lo que lo enchufó. Su iPod estaba en el suelo, con la pantalla resquebrajada; lo cogió, porque sabía que la chica no sabía vivir sin música. Lo que más le extrañó fue la caja de madera negra y con aspecto resistente que yacía sobre la cama, bajo un hueco del mismo tamaño en el techo.
Se acercó al portátil, tenía que investigar, lo necesitaba. Abrió el Safari y entró en el historial. Había muchas páginas y blogs de magia negra, contramaleficios, brujas y una retahíla de cosas que Rubius encontró completamente ajenas a su amiga.
Al final del historial había un enlace hacia un perfil de Facebook. El chico clicó en él y palideció al ver la chica de la foto.
Lucy O'Connor.
Lucy "La Bruja".
No conseguía encontrar relación entre ella y Rachel. Su mirada se llenó de amargura al observar la hipócrita sonrisa de Lucy en la foto. Ella le había amargado la infancia, había pretendido ocupar el hueco que dejó Rachel cuando se fue, le criticaba a él y a ella a sus espaldas... Nunca le cayó bien. Todos sospechaban de sus peligrosas amistades, estaban seguros de que ella tambien lo era, y mucho más de que era una bruja. La verdad es que aunque supiera que estaba mal pensar así se alegraba de que estuviera muerta. 
Pero ¿por qué ahora su amiga estaba tan obsesionada con ella?
Bajó las escaleras corriendo en busca de ella; creía saber dónde podría estar.

***

Una orgullosa Lucy caminaba por las calles de Liverpool. Su rostro, crispado por la ira, estaba desencajado. No había soportado escuchar el ruidoso sonido de la guitarra de Rubius. Lo odiaba, por ignorarla durante tantos años y solo prestar atención a una niña mimada de Ohio.
Aquel odio le dio la fuerza suficiente para poseer el cuerpo con el que caminaba ahora y callar la conciencia de su dueña... casi siempre.
"¡Lucy, sal de mi cuerpo de una vez!"
"Oh, cállate tú también. Sabes que puedo matarte en cualquier momento"
Esperó otra réplica más, pero sonrió con malicia al no escuchar la respuesta. Sabía que la tenía controlada.
La chica se detuvo enfrente de una casa abandonada. Rachel podía ver y oír, y pensó que podría tener el mismo tiempo que la casa de Rubius. No pudo contener su curiosidad.
"¿Dónde estamos?", preguntó.
"En mi casa... o la que lo era"
La chica se acercó a la puerta e intentó abrirla, sin éxito. Con un giro de cadera, dio una fuerte patada a la entrada, que salió disparada hacia atrás, rota en mil pedazos. Rachel se sorprendió, no sabía que se podía hacer eso con su cuerpo. Entraron, la escasa luz de la tarde entraba por las polvorientas ventanas, alguna que otra estaba rota. Los muebles estaban exactamente igual que cuando Lucy dejó aquella casa, pero roídos por la humedad y resquebrajados.
Subieron las escaleras y entraron en la primera puerta a la derecha, el que solía ser el cuarto de Lucy. Dentro no se veía absolutamente nada, y Rachel supo ver por qué: las ventanas estaban tapiadas con lo que parecía un trozo de tela o algo por el estilo. Con un chasquido de dedos, la lámpara de araña del techo se encendió.
"¿Qué piensas hacer aquí?", preguntó Rachel.
"Ya lo verás..." se limitó a decir Lucy.

Hola gente diminuta!! Aquí estoy, acercándome al desenlace de esta historia. No creo que dure mucho más, solo tengo que atar unos cuantos cabos y ya podré pasar a la siguiente :3 Pueden dejarme las sugerencias en toooodas mis redes sociales y aquí también.
Propongo que ustedes decidan también el título de esta historia, ya que no lo tiene (captain obvious attacks again!) 
Y bueno, hasta la semana que viene :3

domingo, 15 de abril de 2012

Rachel se sentía débil durante el primer día que llevaba puesta la pulsera que había encontrado y no se podía quitar. Lo intentó una y otra vez, siempre a escondidas de Rubius, a solas en su cuarto. Probó con unas tijeras, pero se rompieron. También con un cuchillo, con cuidado de no cortarse, pero desgastó la sierra del cubierto. "Definitivamente, no hay manera" pensó. 
Por otro lado, una parte de su mente no quería quitarse la pulsera. Más de una vez escuchaba una voz suave en su cabeza, que le decía que no lo hiciera. No sabía de dónde venía, pero le resultaba misteriosamente familiar. Suspiró y al tercer intento de quitarse la pulsera, se dirigió a ella.
"¿Quién eres?"
"Ahora mismo, yo soy tú"
Dio un respingo, no sabía que le contestaría. Probó otra vez.
"Pero si fueras yo, querrías quitarte esta pulsera"
"No quiere decir que sea completamente tú. Simplemente, formo parte de ti"
Aquello le asustó mucho más
"No entiendo..."
"No tienes por qué. De todas maneras, no te haré daño"
"¿Qué quieres decir? ¿De dónde vienes?"
"Rachel, tú eres más inteligente de lo que aparentas ahora. Sabes que vengo de la pulsera. Por eso te digo que no te la quites"
Se miró la muñeca. La pulsera estaba exactamente igual que cuando se la puso aquella misma mañana. 
"¿Y a quién pertenecía esta pulsera?"
"¿Por qué no lo averiguas?"
Suspiró. ¿Le estaba vacilando la voz de una pulsera? Decidió obedecer: se levantó de la silla, se puso de pie en la cama y dio toquecitos en el techo, buscando la caja. La encontró, y las mismas grietas perfectamente rectas aparecieron sobre la blanca superficie. Tiró de ellas y salió de su hueco. La caja pesaba menos que antes, para asombro de la muchacha. Observó la superficie. Las inscripciones le eran ilegibles e irreconocibles. 
"No lo entiendo", pensó.
"Deberías. Concéntrate, no es tan difícil"
Rachel escudriñó aquel idioma tan bizarro. Probó a mirarlo desde otro punto de vista, en un espejo, poniendo polvos de maquillaje e impresionando sobre un papel en blanco, pero nada. Suspiró con fuerza, la desesperación y el aburrimiento le superaba. 
"Jejeje, te supera, admítelo" le dijo la voz de la pulsera.
"¡Cállate!" le espetó en pensamientos. Los retos le ponían nerviosa. Miró la caja desde todos los ángulos posibles. La giró, la volcó, la sacudió, le pasó un pañuelo por encima, hasta que lo encontró. Abajo, grabado sobre la negra madera de la parte baja de un lateral, había algo escrito: Para Rubius, para que estemos siempre unidos. Lucy
Lucy.
Rachel no daba crédito. ¿La caja, y por ende, la pulsera, perteneció a Lucy?
La muchacha recordó la vaga imagen de una joven hermosa, con una larga melena castaña y ondulada. Su cuerpo era extraordinariamente femenino y voluptuoso y su sonrisa, embaucadora. Eso era lo que todos pensaban de ella, pero Rachel sabía desde siempre que ocultaba algo.
Lucy vivía en Liverpool, cerca de la casa de Rubius. Poco después de irse Rachel de la ciudad, ella intentó ocupar el hueco que había dejado en el corazón del chico. Le mandaba golosinas, regalos, cartas de amor... estaba completamente obsesionada. Una vez fue de vacaciones a Ohio, y se la encontró de casualidad; no quería creer lo que veían sus ojos. Veía a su antigua vecina y ocasional compañera de juegos esnifando cocaína y con tipos de pinta muy sospechosa. Visitando su Facebook, descubrió videos en los que se le veía practicando magia negra. No se lo creyó, no le gustaba la magia. Sabía que no existía, y sospechó desde el principio que los vídeos estaban trucados.
Rachel observó la pulsera. ¿Sería verdad que existía la magia negra? ¿Y si Lucy, cuando estaba viva, conjuró la pulsera y se la dio a Rubius? Una cosa sí que sabía, y era que ella estaba ahora en su cabeza. 
Tampoco le cuadró que la caja estuviera escondida en la caja del techo, completamente oculta. ¿No se supone que era un regalo?
"Vaya, qué espabilada que eres, Ra"
La chica se asustó. Aún no se acostumbraba a oír aquella voz.
"¿Qué pretendías con esta pulsera, Lucy?" le preguntó.
"Oh, nada malvado, pequeña. ¿No te preocupa más que te esté hablando desde el más allá? Levántate de esa cama"
De repente, Rachel perdió el control de su cuerpo. Éste se movió solo, como si otra persona la controlara con unos hilos transparentes. Su mano se acercó al cuchillo que tenía la sierra desgastada y se acercó a su cuello por la zona intacta. Rachel intentó resistirse.
"¡Déjame!" pensó, en vano. 
"Si le cuentas una sola palabra a Rubius, no quedará nada de ti en este mundo."
La chica tuvo miedo. No podría seguir ocultándole eso a su anfitrión, pero ahora las cosas estaban poniéndose serias. Su vida estaba en peligro. Rachel se rindió, y su cuerpo dejó el cuchillo donde estaba.
"Buena chica. No te olvides de que estoy aquí. A partir de ahora harás lo que yo te diga cuando te lo diga. ¿Clarito?"
Asintió, notando cómo unas lágrimas se asomaban por sus ojos. Tenía miedo.
"Muy bien. Esconde todo lo que has usado para quitarte la pulsera en la caja y esta en el techo"
Obedeció, temblando un poco. Se serenó, analizando la situación, pero no encontró salida. Se preguntó qué sería lo siguiente que le pasaría...

Aloha, lectores~ ¿Les está gustando la historia? Eso espero, la verdad, otra vez estoy improvisando como una loca owoU Espero no pasarme de mística o algo raro XD
Comenzaré a promocionar blogs de la gente que me siga y me lo recomiende. Dejad un comentario o un mensaje por cualquiera de mis contactos.
Y bueno, nos vemos la semana que viene >.<