Aquel día el sol amaneció con vergüenza; las nubes fueron las verdaderas protagonistas del cielo, gris, triste, mustio... parecía querer contagiar su nostalgia a todo aquel que saliera a dar un paseo o simplemente se asomara a la ventana. Diana, sin embargo, marchaba a paso ligero por las calles en dirección al río, tarareando alguna melodía azarosa almacenada en lo más hondo de su cerebro. Estrenaba dieciséis años, e incluso presumía de poseer el mismo espíritu juvenil y enérgico de siempre. Vestía un traje fresco de verano de color almendrado y lucía sus rubios cabellos libres, rebeldes, dejando que se enreden al viento. Su destino era la casa de Carmela, una chica a la que conocía desde su más tierna infancia y con la que compartía muchas facetas de su vida. Desde siempre han sido amigas y nunca se han separado.
La casa de la chica era grande, del color del azúcar moreno con un porche en la entrada. Las dos grandes puertas de madera tenían unas curiosas tachuelas negras de hierro con forma piramidal y las ventanas estaban arqueadas con pizarra. Diana tocó al timbre tres veces seguidas, cosa que siempre hacía para que Carmela la reconociera. Pegó la oreja y oyó pasos que se entremezclaban y unos en concreto que bajaban unas escaleras y se acercaban corriendo hacia la puerta, que se abrió pesadamente justo después de que la chica se separara de ella.
Diana observó a su amiga. Carmela era una chica menuda, más bajita que ella aunque dos años mayor y atlética, con cinturita de avispa, piernas cortas y manos pequeñas; su pelo era rizado y negro como el carbón, y flotaban en torno a un rostro redondo, casi infantil, con una piel aceitunada, nariz chata y redondita, ojos verdes y brillantes y una boca pequeña que no tardó ni un segundo en sonreír.. aunque a Diana le pareció que sonreía con desgana.
-Diana, no esperaba que vinieras...- dijo Carmela, triste y apartando la mirada tímidamente. El timbre de su voz era claro como el agua, con matices nerviosos.
-Hola Carmela- Diana se acercó para abrazarla, pero su amiga le rechazó. La rubia no comprendía, y examinaba a su amiga como si nunca la hubiera visto antes.
-Lo mejor será que te lo explique dentro- dijo su amiga, dejándole pasar.
Al entrar, Diana se encontró con la hecatombe oficial de toda España. Había cajas por todas partes, hombres que guardaban cosas dentro y otros tantos que las embalaban. La casa que recordaba majestuosa, tranquila, con muebles centenarios y olor a incienso de canela ahora era un caos con olor a cartón y a pegamento. Ambas chicas subieron unas escaleras de caracol y entraron en la habitación de la anfitriona, también vacía con la excepción de una cama sin hacer y varias cajas más.
-Siento el desorden, Diana, como ves...- comenzó Carmela, pero su amiga ya tenía el resto de la frase en la boca.
-... te estás mudando. ¿Por qué no me lo dijiste?
-Diana, yo... lo siento, no me sentía con fuerzas para decírtelo, es decir... no quería despedirme- en los ojos de la chica había dolor, pero Diana se sentía traicionada, engañada, de todo menos satisfecha con aquella explicación.
-Carmela, PRECISAMENTE si te vas deberías habérmelo dicho. ¿Cuándo te vas? ¿Y a dónde?
Carmela se mordió el labio inferior, avergonzada. Diana sintió cierto arrepentimiento que se desvaneció como el vapor en la cocina.
-Esta noche, vamos a coger el último tren a Cádiz. Allí iremos a Cuba en barco.
-Cuba... -no se lo creía. No, ella no, su mejor amiga, su compañera... ella no. Diana empezó a dar vueltas en la habitación, tensa como una cuerda y a punto de gritar. Se dirigió hacia ella con un nudo en la garganta- ¿Y vas a volver?
La anfitriona dejó escapar unas lágrimas y, apretando los labios, negó con la cabeza. "Esto no puede estar pasando", pensó.
-Al menos...-trató de añadir-, al menos deja que te escriba mi dirección en...
-No te voy a escribir, Diana- le interrumpió Carmela, no sin que le temblara la voz-. Quiero que no volvamos a mantener el contacto.
Aquello fue una losa de piedra en el estómago. Quería preguntarle por qué, qué había hecho mal... no lo entendía, no conseguía asimilar que su mejor amiga de toda la vida no quisiera saber nada más de ella. Afuera, como acompasado con su interior, sonó un trueno. Se acercó a su amiga en busca de una explicación, al borde del llanto.
-Diana, no...- Carmela tragó saliva, armándose de valor y terminando de acercarse a ella-. No pretendo que lo entiendas, es mucho más complicado de lo que parece.
"¿Es que no te parece lo suficiente duro para mí?", pensó, pero antes de que pudiera decir nada, Carmela la tomó del rostro y la besó en los labios, para asombro de esta. Cuando se separó, su anfitriona se alejó hacia la ventana a contemplar la lluvia que estaba comenzando a caer, dándole la espalda.
-Es así de complicado, Diana. Por favor, vete antes de que esta situación empeore.
Era la primera vez que escuchaba tanta seguridad en su amiga. La recordó de niña, cuando jugaban juntas a las muñecas de trapo, al pilla-pilla, a la rayuela en el parque, la de veces que se quedaban mirando al cielo estrellado en las noches de verano a través de la ventana... nunca hubiera sospechado nada así de ella. Se dirigió a la puerta, no sin antes añadir una despedida amarga:
-Me hubiera dado igual.
Dicho aquello, cerró de un portazo, bajó corriendo las escaleras y salió de aquella casa, de la que tenía tantos buenos recuerdos, experiencias... recordó aquella vez que se colgó de la escalera de caracol y su amiga la observaba asustada desde abajo, sin saber qué hacer, qué decir, cómo actuar, a quién acudir... más o menos como ella en aquel momento. Por el camino hacia la puerta, empezó a llorar.
Al cruzar el umbral, una cortina de agua la empapó de pies a cabeza. Diana soltó una palabrota y salió corriendo hacia su casa, relativamente cerca aunque le pareció que estaba a miles de kilómetros. Estaba tan absorta en sus pensamientos que no se dio cuenta de la sombra que le observaba de lejos con curiosidad, bajo un paraguas negro.
Hola gente!! *^*
Siento haber tardado tanto en estribir, pero entre el instituto, el conser, la orquesta etc etc etc no he podido apenas tener un atisbo de inspiración T^T pero aquí tienen, un regreso *-*
Trataré de escribir más a menudo (y de quitar el iPod fallido XDDD) <3
La casa de la chica era grande, del color del azúcar moreno con un porche en la entrada. Las dos grandes puertas de madera tenían unas curiosas tachuelas negras de hierro con forma piramidal y las ventanas estaban arqueadas con pizarra. Diana tocó al timbre tres veces seguidas, cosa que siempre hacía para que Carmela la reconociera. Pegó la oreja y oyó pasos que se entremezclaban y unos en concreto que bajaban unas escaleras y se acercaban corriendo hacia la puerta, que se abrió pesadamente justo después de que la chica se separara de ella.
Diana observó a su amiga. Carmela era una chica menuda, más bajita que ella aunque dos años mayor y atlética, con cinturita de avispa, piernas cortas y manos pequeñas; su pelo era rizado y negro como el carbón, y flotaban en torno a un rostro redondo, casi infantil, con una piel aceitunada, nariz chata y redondita, ojos verdes y brillantes y una boca pequeña que no tardó ni un segundo en sonreír.. aunque a Diana le pareció que sonreía con desgana.
-Diana, no esperaba que vinieras...- dijo Carmela, triste y apartando la mirada tímidamente. El timbre de su voz era claro como el agua, con matices nerviosos.
-Hola Carmela- Diana se acercó para abrazarla, pero su amiga le rechazó. La rubia no comprendía, y examinaba a su amiga como si nunca la hubiera visto antes.
-Lo mejor será que te lo explique dentro- dijo su amiga, dejándole pasar.
Al entrar, Diana se encontró con la hecatombe oficial de toda España. Había cajas por todas partes, hombres que guardaban cosas dentro y otros tantos que las embalaban. La casa que recordaba majestuosa, tranquila, con muebles centenarios y olor a incienso de canela ahora era un caos con olor a cartón y a pegamento. Ambas chicas subieron unas escaleras de caracol y entraron en la habitación de la anfitriona, también vacía con la excepción de una cama sin hacer y varias cajas más.
-Siento el desorden, Diana, como ves...- comenzó Carmela, pero su amiga ya tenía el resto de la frase en la boca.
-... te estás mudando. ¿Por qué no me lo dijiste?
-Diana, yo... lo siento, no me sentía con fuerzas para decírtelo, es decir... no quería despedirme- en los ojos de la chica había dolor, pero Diana se sentía traicionada, engañada, de todo menos satisfecha con aquella explicación.
-Carmela, PRECISAMENTE si te vas deberías habérmelo dicho. ¿Cuándo te vas? ¿Y a dónde?
Carmela se mordió el labio inferior, avergonzada. Diana sintió cierto arrepentimiento que se desvaneció como el vapor en la cocina.
-Esta noche, vamos a coger el último tren a Cádiz. Allí iremos a Cuba en barco.
-Cuba... -no se lo creía. No, ella no, su mejor amiga, su compañera... ella no. Diana empezó a dar vueltas en la habitación, tensa como una cuerda y a punto de gritar. Se dirigió hacia ella con un nudo en la garganta- ¿Y vas a volver?
La anfitriona dejó escapar unas lágrimas y, apretando los labios, negó con la cabeza. "Esto no puede estar pasando", pensó.
-Al menos...-trató de añadir-, al menos deja que te escriba mi dirección en...
-No te voy a escribir, Diana- le interrumpió Carmela, no sin que le temblara la voz-. Quiero que no volvamos a mantener el contacto.
Aquello fue una losa de piedra en el estómago. Quería preguntarle por qué, qué había hecho mal... no lo entendía, no conseguía asimilar que su mejor amiga de toda la vida no quisiera saber nada más de ella. Afuera, como acompasado con su interior, sonó un trueno. Se acercó a su amiga en busca de una explicación, al borde del llanto.
-Diana, no...- Carmela tragó saliva, armándose de valor y terminando de acercarse a ella-. No pretendo que lo entiendas, es mucho más complicado de lo que parece.
"¿Es que no te parece lo suficiente duro para mí?", pensó, pero antes de que pudiera decir nada, Carmela la tomó del rostro y la besó en los labios, para asombro de esta. Cuando se separó, su anfitriona se alejó hacia la ventana a contemplar la lluvia que estaba comenzando a caer, dándole la espalda.
-Es así de complicado, Diana. Por favor, vete antes de que esta situación empeore.
Era la primera vez que escuchaba tanta seguridad en su amiga. La recordó de niña, cuando jugaban juntas a las muñecas de trapo, al pilla-pilla, a la rayuela en el parque, la de veces que se quedaban mirando al cielo estrellado en las noches de verano a través de la ventana... nunca hubiera sospechado nada así de ella. Se dirigió a la puerta, no sin antes añadir una despedida amarga:
-Me hubiera dado igual.
Dicho aquello, cerró de un portazo, bajó corriendo las escaleras y salió de aquella casa, de la que tenía tantos buenos recuerdos, experiencias... recordó aquella vez que se colgó de la escalera de caracol y su amiga la observaba asustada desde abajo, sin saber qué hacer, qué decir, cómo actuar, a quién acudir... más o menos como ella en aquel momento. Por el camino hacia la puerta, empezó a llorar.
Al cruzar el umbral, una cortina de agua la empapó de pies a cabeza. Diana soltó una palabrota y salió corriendo hacia su casa, relativamente cerca aunque le pareció que estaba a miles de kilómetros. Estaba tan absorta en sus pensamientos que no se dio cuenta de la sombra que le observaba de lejos con curiosidad, bajo un paraguas negro.
Hola gente!! *^*
Siento haber tardado tanto en estribir, pero entre el instituto, el conser, la orquesta etc etc etc no he podido apenas tener un atisbo de inspiración T^T pero aquí tienen, un regreso *-*
Trataré de escribir más a menudo (y de quitar el iPod fallido XDDD) <3